OpenAI lanza “Sora”, su nueva herramienta de generación de video con IA

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OpenAI, la empresa creadora de ChatGPT, presentó recientemente Sora, una herramienta capaz de transformar descripciones escritas en videos realistas con movimiento, profundidad y coherencia visual. Lo que parecía un avance técnico destinado a impulsar la creatividad digital se convirtió rápidamente en un fenómeno mundial. En cuestión de días, Sora pasó de ser una novedad en el mundo de la inteligencia artificial a un tema de debate sobre los límites entre la innovación y la manipulación audiovisual.

La aplicación alcanzó el primer lugar de descargas en la App Store, con millones de usuarios experimentando con sus posibilidades. Sin embargo, su rápido crecimiento también despertó controversia: junto con ejemplos artísticos y clips impresionantes, comenzaron a difundirse videos falsos, escenas violentas y representaciones no autorizadas de personas reales.

Sora puede generar clips de hasta veinte segundos en resolución 1080p a partir de texto. Su modelo combina imágenes, movimiento y lenguaje mediante un sistema de difusión multimodal, lo que le permite mantener coherencia visual entre cada cuadro. El resultado son videos sorprendentemente naturales, capaces de recrear paisajes, emociones y acciones complejas sin intervención humana directa.

Pero ese mismo poder ha encendido alarmas. En redes sociales aparecieron clips manipulados que mostraban a figuras públicas en situaciones falsas. Uno de los casos más comentados fue el del propio director ejecutivo de OpenAI, Sam Altman, protagonizando un video humorístico donde “robaba” una tarjeta gráfica. Aunque era una parodia, dejó claro el riesgo de que esta tecnología se use para fabricar falsificaciones convincentes.

El crecimiento de Sora fue tan acelerado que superó la capacidad de su propia moderación. Usuarios comenzaron a reportar contenido con sesgos raciales y de género, así como escenas violentas generadas sin restricción. Un informe de WIRED demostró que el sistema tiende a reproducir estereotipos culturales, mostrando hombres en roles de liderazgo y mujeres en posiciones secundarias.

A ello se sumó la polémica por los llamados “deepfakes”. La actriz Zelda Williams, hija del fallecido Robin Williams, denunció el uso de la imagen y voz de su padre en videos creados sin consentimiento, calificándolo de una forma de explotación tecnológica. El caso reavivó la discusión sobre los límites éticos y legales de la inteligencia artificial.

El lanzamiento de Sora aceleró la carrera por dominar el sector del video por IA. Microsoft ya integró la herramienta en Bing y Azure, mientras que Google avanza con su modelo Veo y Meta desarrolla Vibes, una versión enfocada en redes sociales.
De acuerdo con proyecciones de Bloomberg Intelligence, el mercado de video generado por inteligencia artificial podría superar los diez mil millones de dólares para 2026, impulsado por la automatización del contenido digital.

Sin embargo, más allá de los números, la discusión se centra en cómo equilibrar innovación y responsabilidad. La posibilidad de crear imágenes hiperrealistas sin registro de autoría plantea desafíos para el periodismo, la justicia y la confianza pública en los medios visuales.

Sora representa el rostro más reciente —y complejo— de la inteligencia artificial contemporánea. Su impacto va más allá de la tecnología: redefine la relación entre lo real y lo simulado, y obliga a reconsiderar qué entendemos por verdad visual en una era donde cualquier escena puede fabricarse con unas cuantas palabras.

Lo que para algunos es una revolución creativa, para otros es una advertencia sobre el poder de la manipulación digital. Sora no solo genera videos; también genera un nuevo tipo de responsabilidad colectiva frente al futuro de la imagen

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